miércoles, 22 de junio de 2011

El fanzine que perpetré. Primera parte: ha nacido una estrella.


Allá por la primavera del 2005 me dio la ventolá de escribir un fanzine. No solo de escribirlo; de redactarlo, maquetarlo, fotocopiarlo y, ya que estaba, de distribuirlo como buenamente pudiera. Agarré unos cuantos temas de los que hablar: unos discos por allí, una banda que no paraba de escuchar por allá; esos cómics que compraba religiosamente los sábados por la mañana, las películas que me grababa en VHS del canal CinemaTK y me revisaba una y otra vez... A finales de febrero lo tenía prácticamente liquidado -solo me faltaba el corta y pega-, así que bauticé al fanzine como Bajotierra, le puse el escandaloso precio de cincuenta céntimos de euro y envié un e-mail a un colega madrileño que por aquel entonces había sacado el cuarto número del Bang! -fanzine que me inspiró como pocos-; éste me contestó todo contento, animándome a seguir con el proyectillo, entusiasmado con la posibilidad de un nuevo fanzine en el firmamento andergraun. Los contenidos, como ya he dicho al principio, fueron los que recopilé en un tiempo récord para empezar cuanto antes el invento (impaciente hasta el exaspero como soy): Derribos Arias, un top diez de un recopilatorio del sello Dischord, criticas de discos (Hello Cuca, Whirlwind Heat, Veracruz, Sibyl Vane, Mission of Burma...), desbarres de peliculas favoritas (American movie, Rosseta...), comentarios de algunos cómics de Peter Bagge y Johnny Ryan, letras de canciones, una mini-biografia de Billie Holliday, una diatriba contra David Delfín, etc etc etc...
Visto desde la lejanía, el primer número del fanzine que perpetré fue una oda al disparate ortográfico (puntuación y acentuación); a la maquetación dañada por las prisas y el alocado amateurismo y a cierta ingenuidad en algunas párrafos de la que ahora me descojono releyendo el retoño. La primera edición del 'zine fue un absoluto fiasco: más de la mitad de las veintidós páginas (si, veintidós), salieron cortadas a pie de página. Material defectuoso. Pero el contratiempo no me desanimó, así que me planté en la mejor tienda de fotocopias de mi ciudad y me gasté las pocas perras de las que disponía en la edición de cincuenta números. Y los acabé vendiendo o intercambiando todos. Aún hoy vuelvo a repasar la única copia que me queda de ese primer número, y, sin restarle defectos lógicos de algo que me aventuré a hacer sin experiencia previa de ningún tipo, lo degusto con una sonrisa, insana satisfacción y algo de orgullo. Después de leerme quintales y quintales de fanzines, nada era mejor que tener uno escrito por mi en las manos. No hay nada como leer un fanzine y sentirte afín a todo lo que en él está escrito.


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